5 de octubre de 2012

La vida en soledad

Existen un montón de ideas preconcebidas, prejuicios, ideas establecidas en el imaginario social, grabadas a fuego, sobre lo que implica la soledad y el vivir solo. Como una especie de identificación (terrible) con el fracaso. Y por supuesto, con la infelicidad.
Me hace gracia, en relación, la frase de Pascal: “Todas las desdichas del hombre provienen del hecho de que no es capaz de estar tranquilamente, solo, en una habitación”. En este caso viene a ser lo contrario, no tanto una defensa a ultranza de la soledad como opción, sino una crítica aguda a la sociedad como conjunto.
No tanto en los medios como en la calle, se identifica vivir solo con el hecho de estar solo, y por supuesto, triste. La imágen es la de una persona infeliz, enfadada con el mundo, y envidiosa. Sin amigos, sin vida social, sin nadie que le recuerda ni le quiera, como una especie de "merecimiento". No deja de ser como la idea que nos inculcó Disney de que ser feo es un castigo a alguna mala acción, eso de que la cara es reflejo del alma (así que si eres modelo, eres algo así como una Teresa de Calcuta encubierta).
Dentro de estos solitarios (que parece, no son fruto de elección personal, sino más bien de exclusión) la posición de la mujer es aún peor; una mujer que vive sola, y me refiero a las mujere de mediana edad, es una "Solterona", una mujer no querida (por eso está sola, nunca por propia elección). En el caso del hombre la idea es un poco más atractiva (es un soltero de oro, aunque en el fondo es porque no ha encontrado a la mujer adecuada) al menos hasta la tercera edad, parece ser, pues entonces, de ligón empedernido, pasas a ser una especie de Scrooge dickensiniano. Recuerdo la película "Divorcio a la americana" (1965) que mostraba la envidiable vida de un hombre que vivía solo, frente a las preocupaciones de un hombre viviendo en familia. Sin embargo, cuando la mujer se quedaba sola, era más bien fruto de sus malas acciones (por, entre otras cosas, caprichosa) y una especie de castigo insoportable. Imagino que la idea es que, a los 60, el hombre que elige vivir solo se convierte en ese otro ser malvado y casi ermitaño tipo Scrooge (sí, el de Dickens) que odia a la gente, especialmente en Navidad, mientras que la mujer, tiene esa transición mucho antes, a esa en la que nos dicen "se pasa el arroz".
Sí, yo estoy dando referencias de los años 60, pero es que, a pesar del tiempo pasado, la imagen actual no se distancia tanto de aquellas. Nuestros políticos ven la maternidad como una especie de necesidad para ser mujer (y la maternidad es el paso imprescindible, parece, para evitar esa terrible soledad).
La gente (siempre como conjunto, los casos particulares son otra cosa, aunque, claro, particulares) se empeña en tener hijos (si, tras tener una pareja) como solución a problemas presentes y futuros: malestar de la pareja (claro, un hijo lo soluciona todo, tipo asesor matrimonial en mini), como solución a problema personal (el aburrimiento, para mí, motivo casi tan malo como el de querer arreglar una pareja que se rompe). Como una amiga me dijo hace poco, convencidísima "cuando enfermes tu trabajo no irá a verte al hospital" como argumento base para tener una pareja y, a posteriori, una familia (marido, hijos, y perro o tortuga al menos). No nace tanto de un deseo, como de evitar una serie de problemas que creemos, vendrán a continuación. Egoísmo y miedo.
En algunos lugares de África, a las personas que morían sin descendencia, los enterraban con una piedra en la mano. La idea que subyacía era "con nada viniste, y con nada te vas, pues esto es lo que dejas".
Aquí, en mi España querida, tener hijos se convierte en una excusa tras la que esconderse. Y no digo que la gente no quiera a sus hijos, no, lo que digo es que no tengo claro que el motivo sea el idóneo, pues se tienen, como la pareja, más por un miedo a una soledad que no conocemos, pero sobre la que tenemos un montón de ideas espantosas. Por eso de "morir solo". Cuando me dicen eso, no se si se refieren al momento de agonía o al del entierro. Que digo yo, que una vez que te has muerto, qué más te da. Y que si te estás muriendo, si tienes dolores, ¿quieres tener cerca a los tuyos o a un buen médico? Como todavía no me he muerto, no tengo la más remota idea, pero siempre creí en los calmantes... 

No hay comentarios:

Publicar un comentario