30 de noviembre de 2012

La tienda de tebeos de la calle Etna

No sé exactamente por qué, pero mientras leía (algo que no tenía nada que ver con todo esto) me he acordado de un recuerdo de mi infancia. Uno de esos que parece que tiene sabor y olor, un olor a papel viejo. Tal vez no exactamente viejo, pero sí un papel más rugoso, no ese de brillo satinado y estilo "modernista"...Me refiero al papel de tebeo, no al papel de cómic...
El papel de tebeo era diferente. Olía a tardes en casa delante del radiador (sí, cuando la gente no tenía calefacción y no era síntoma de vivir en infravivienda) cuando no te planteabas ir al centro comercial (sí, vale, no había entonces. El primer centro comercial de Madrid se abrió en 1983, pero quedaba en el culo del mundo en realidad, así que lo de ir era algo muy específico. Ibas a comprar cosas concretas, no a "hacer ocio", porque ni se tenía el dinero, ni se entendía como una inversión de tiempo de ocio "real").
El caso. Había (hablo de los años 90) una minitienda en la calle Etna. En esa tienda, por un precio muy bajo, podías ir y dejar tu tebeo "re-leído" y cambiarlo por el "re-leído" de otra persona, que para tí era totalmente nuevo. Yo entonces era un mico, así que iba con mi padre. Desconozco las normas, pero podía leer tebeos nuevos cada semana.
Hace un par de findes de semana, en una tienda de estas tipo grande superficie (sí, de las de miles de pasillos, en las que entras a comprar pan de molde y sales con 12 cosas más que no querías tres cuartos de horas después) miré unos tebeos (ahora cómics) de Mortadelo y Filemón. Aproximadamente, puedes tardar en leerlo 3/4 de hora (es un estimado y era versión fina). Valía bastante más que una hora de trabajo. Y yo no quería solo uno. Lo dejé, con muchísima pena, en su estantería, donde tal vez se quedó triste, mirando, eso sí, a la sección de charcutería, que imagino, le hizo la pena menos intensa.
Puede ser que todavía queden sitios de este tipo, en lugares muy céntricos. No lo tengo claro. Se lleva la venta de segunda mano, pero no este tipo de intercambios, sencillos y sin que medie internet. En las bibliotecas públicas no suelen comprar tebeos. Compran más bien best-seller (cosa que sí, entiendo, aunque alguno de ellos sea tan malo como  El tiempo entre costuras) así que no hay mucha posibilidad de leer cómics.
Así que no me vengáis con que la sociedad de hoy mola más porque tenemos facebook y whats-up, porque me parece que hemos perdido muchas cosas que estaban muy bien.
Y esta es mi chorrada de hoy. Así de melancólicos estamos.

13 de noviembre de 2012

El día que me olvido de mí

A veces a mí me pasa, no sé al resto de la gente...Se me olvida quién soy, qué quiero y por qué luche tanto. Olvido escuchar las canciones que me gustaban, los cantautores que no molan nada y que a mí me llenan de ganas de soñar olvido perder el tiempo (y ganarlo) con la película que siempre me hace sentir bien, por chorra que sea.
Esos días soy mi peor enemigo y mi amiga más mala, me desprecio y no me digo nada bonito. Me pongo quejas a todo. Como un niño consentido, como el profesor del colegio que me cogió manía y siempre me hacía sentir mal (maldita Fuencisla...) me pongo faltas por nada, y ni me gusta la comida que me hago, ni cómo me peino, ni cómo me queda la ropa que ayer me gustó tanto. Esos días hago dietas absurdas; no lo más sano ni lo más rico, sólo lo rápido, lo que me llena pronto el estómago para no darme cuenta de si tengo el corazón vacío.
Esos días procuro fastidiarme el resto de la semana, retraso o dejo de hacer lo importante, falto a las clases que yo escogí voluntariamente, trabajo a desgana y a ser posible, paso el resto del día haciendo algo que no me aporte nada, me fijo en los desplantes, o lo que veo que lo son, y lo anudo a mis más profundas inseguridades.
Ese día veo más maldades que las de costumbre. Las disimuladas, las escondidas, las capto. Y no es para nada bueno, sino solo para acrecentar el miedo a los otros.
A veces el día me resulta largo, agotador, eterno. Ese día todos los demás suben por encima, y los mantengo yo en alto, a solas, sobre el peso de mis hombros que llegan a doler, a combarse.
Esos días me siento vieja, pero no sabia. Cansada, pero sin haber hecho nada. Las palabras se me confunden y las ideas se me escapan.
Esos días no oigo más que ruido y pierdo dimensiones de mi propia personalidad. No razono los sentimientos, y los simplifico y reduzco a una especie de código binario, en el que todo es blanco o negro, bueno o malo.
Y ese día me duele más el alma, y no queiro escribir nada ni recordar mis cosas positivas. Esos días hago caso a los amigos de los malos consejos, a los que se quedan en la superficie más externa y lo reducen todo a una especie de negativismo congénito del que adolezco.
Esos días soy infinitamente asocial, pero infinitamente dependiente también. Esos días no entiendo a nadie, y nadie me entiende a mí.
Pero esos días también se pasan.