26 de enero de 2012

Que tele5 no sea la carta de presentación de España

Navegando por la web, me he encontrado con un artículo de una web mexicana que decía "El gusto de España se mira por telecinco". http://www.mexicotop.com/article/El+gusto+de+Espa%C3%B1a+se+mira+por+Telecinco
Rápidamente, con los pelos de punta al pensar que pueda ser telecinco la manera de acercarse a la cultura española, he querido comentar en la web, decir que no, que no se qué o quién es La Noria. Pero no podía desmentirlo sin más, pues mentira no es. Pero pensar que se pueda analizar la sociedad española, viendo telecinco, me causa poco menos que sudores fríos.

Lo cierto es que telecinco, a pesar de las críticas, tiene gran cantidad de espectadores fieles. A pesar de mi esperanza en que sus estadísticas se deban a televisores de bares y lugares de ocio donde nadie hace caso a la televisión, no es así. Numerosas personas tienen puesto el canal como fondo de sus vidas, como acompañamiento o como entretenimiento. Por poner un ejemplo específico, durante un estudio que realicé en 2006 sobre las formas de socialización y participación política de mujeres españolas de 30 a 55 años, pude constatar que la única ventana al mundo de algunas mujeres de esas edades era ese canal. Mujeres que creían como dogma en la bondad de la "princesa de pueblo" -esa que dicen, se parece a cualquier peluquera. Pobres peluqueras- así como creían en cualquier imágen de la realidad que les quisieran vender. Mujeres que han sacado a sus hijos adelante, solas o acompañadas, incluso en mala compañía, y admiraban a la desviada ex de un torero como "madre coraje". Personas que creían todas las representaciones del teatrillo de tele5, que se creían los personajes representados y los montajes no solo como si fueran reales, sino como si fueran parte de su familia, de su vida cotidiana. Y si he puesto el ejemplo concreto de esas mujeres y edades por lo conocido, no es porque sea la única población receptora de la telebasura.

El problema es que lo que vende ese canal no son baratijas o productos tipo teletienda, sino que vende un concepto de la realidad social. De la moralidad, de cómo somos y de cómo nos relacionamos. Muestran una imágen de las relaciones sociales tan continuada que la gente las cree, y las interioriza. Las imita.
Duranto años, las conversaciones versaban en torno a con quién se acostaba un determinado participante de Gran Hermano.


Sobre si la televisión refleja lo que la gente quiere ver, tengo mi propia teoría. Se impacta en la población con algo inusual, desafiante incluso. Y se genera dependencia justificando la propia importancia de lo que se está enseñando. Todos sabemos que hay personas que saben hacerse imprescindibles, aun no siéndolo. Con los programas de televisión sucede exactamente lo mismo.
Así que desde las mama-chicho, comenzó nuestra perdición...
A pesar de nuestras infinitos problemas como país, como sociedad, la gente (en general) sigue hablando de los amoríos y desventuras de ese nuevo especimen amarillista. Parece más real que Camps, que no sabemos con quién se acuesta.

Que la alternativa de "España toros, olé olé" sea preferible, nos hace darnos cuenta del atraso en el que nos estamos metiendo nosotros solos. La caverna de Platón se nos va a quedar pequeña, y a mí cada día me preocupa más.

24 de enero de 2012

Imposible no recomendarlo: acceso a las ideas de Le Corbusier

Se que estoy demasiado metida en Le Corbusier, pero habiendo encontrado este acceso libre a sus geniales ideas me parece obligado compartirlo aquí. Sus reflexiones son consisas y extramadamente claras (y clarificadoras en algunos puntos). Si nuestros queridos administradores de lo público le hicieran un poquito de caso, otro gallo nos cantara.
http://ddooss.org/articulos/textos/Le_Corbusier_Atenas.htm

Problemas de densidad y rápidas soluciones: Distrito único

Le corbusier consginaba el tugurio como el exceso de densidad. En principio, el mayor problema de la densidad, además de lo evidente, es el problema en la distribución y acceso a servicios. Viviendo como viviemos en un país con Estado de Bienestar, es un problema puesto que el estado debe proveer de esos servicios.

Ejemplo clave de densificación poco sostenible es el centro histórico de las grandes ciudades; al dividirse antiguas casas de enormes proporciones en pequeños (a veces diminutos) apartamentos, aumenta la población. Esto no sólo provoca grandes daños a la estructura edificatoria (mayor número de baños y desagües para las mismas bajantes) sino que eleva peligrosamente la densidad poblacional del área. Esto significa mayor número de personas para la misma cantidad de servicios, porque, curiosamente, la administración no suele aumentar el número de servicios, por ejemplo, los centros médicos. En principio, podríamos basar este pasotismo en el desconocimiento; la mayor parte de las segregaciones de edificios son ilegales y difíciles de detectar. Sin embargo, desde la administración sí se tiene acceso al número de empadronados. También es verdad que en España pasamos bastante de nuestras obligaciones padronales, informando rara vez de nuestro cambio de domicilio. Aun así, aumenta en gran medida el número de empadronados. Por otra parte, no suele haber suelo público disponible en el centro para construir nuevos edificios que den cobertura a servicios. Se me ocurren un par de casos (y alguno más) de ejemplos, sin embargo, en el que el suelo y edificios públicos del centro de Madrid se han alquilado a empresas (sí, como bancos y sus oficinas) lo que es mucho más lucrativo que poner un nuevo centro médico o colegio.
Surgen pequeños problemas, como podría ser la masificación en bibliotecas, pero problemas grandes como una mayor distancia para los peques del cole público. O como la asistencia a urgencias del barrio, incluso a consultas primarias, de esas que no son urgentes pero que nos salvan la vida en ocasiones. Esto de la masificación supone mismos médicos para mayor número de personas. Eso se traduce en mayor número de días de espera para una visita a nuestro médico.

En años no muy lejanos, a cada uno de los habitantes de Madrid, ciudad que conozco bien, les correspondía un médico determinado, cercano a su domicilio. En Madrid ciudad se encontraron con un problema; la masificación de los centros médicos. La estadística fallaba estrepitosamente. Así que tomaron una decisión sencilla y barata. ¿Aumentar médicos y enfermeras generando empleo? No, he dicho barata. La solución fue instaurar el distrito único, eliminando la zonificación sanitaria. Una de las medidas, además, fue que los directores de los centros médicos no tenían que ser necesariamente licenciados en medicina. Valoraciones aparte, esto significa que no es necesario aumentar el número de personal sanitario, presuponiendo que, aquellos que viven, pongamos un ejemplo, en el distrito de Puente de Vallecas, acudirán al médico, por ejemplo, al distrito de Fuencarral-El Pardo. El resultado, listas de espera eternas para consultas de primera atención, pasotismo de médicos cuyo trabajo se parece más a la producción en cadena que a la atención personalizada. Pero a Espe le cerraron una planta de hospital para extirparle un tumor (recuerdo infinitos meses de espera y miedo para varias mujeres cercanas a mí cuyos tumores SÍ eran cancerígenos).

Si queréis ampliar información, poca vais a encontrar, pues apenas se habló de ella. Os remito este enlace, con escasa información y consignada bajo la lucha política de siempre, más basada en la deslegitimación del otro que en la defensa de los intereses ciudadanos: http://www.abc.es/agencias/noticia.asp?noticia=1013363

Si Kindle veo, Kindle quiero

El último juguete de moda es el libro electrónico. Estos reyes, infinitos no lectores han recibido como regalo de reyes algún tipo de e-book. Algunos aficionados a la lectura, también.
Hace poco oí exponer a un señor de los que gusta ser llamado "chico", sus motivos para comprarse un Kindle. Que así no se mataban más árboles. Y a mí, como argumento me pareció bién, sin saber cuándo contamina el librito electrónico ni sus modos de fabricación. Lo que me resultó curioso, cuanto menos, es que ese argumento saliera de una persona que no ha leído un libro en su vida. Jamás. Ni periódico. Pero ese señor deseaba con verdadero fervor, exponiendo numerosos argumentos, tener un Kindle (en concreto, otras marcas menos publicitadas parecían no interesarle).
A mí me parece excelente cualquier medida que fomente la lectura. Me parece bien que la gente lea, sean los criticados best-seller, libros de humor o tratados sobre la vida reproductiva de las setas. Pero tengo la sensación de que hemos perdido ligeramente el norte en lo que a maquinitas varias se refieres.

Parece existir una irrefrenable necesidad por poseer toda novedad en el mercado, y si tiene un nombre difícil de pronunciar, mejor. Y la adaptación a las nuevas tecnologías está bien, y es positiva. Pero deberíamos preguntarnos la utilidad de cada uno de esos aparatitos a nuestra vida cotidiana, a nuestras actividades, a nuestros intereses. A no ser que nuestro interés sea poder presumir del aparatito en cuestión delante de nuestros conocidos. Y es que en absoluto estoy en contra de los libros electrónicos ni de cualquier otra innovación tecnológica. Pero sí me pregunto acerca de la necesidad y de la utilidad que pueda tener en cada uno de nosotros. De manera individualizada, pues no creo que nuestras necesidades e intereses sean los mismos; lo que a tí te es imprescindible tal vez a mí no me sea tan necesario, ni siquiera útil.
Esto me recuerda a una anécdota de hace un par de años, ilustrativa de muchas cosas, entre ellas del funcionamiento de las partidas económicas para la investigación. Un determinado profesor, miembro de un grupo de investigación renombrado, quería un libro electrónico. Hablo de un momento en el que no eran tan "asequibles" como son ahora. Para justificar la compra de uno de esos aparatos para él con dinero destinado a la investigación (sí, sí, esa misteriosa partida I+D) tenía que comprarlo para todos los miembros de su grupo de investigación. Y eso hizo. Compró uno para cada uno de los miembros, sin cuestionar la necesidad de ellos, si el resto deseaba o no el aparato en cuestión o si hubiera sido más beneficioso el destino de esa partida a otros fines. Recuerdo lo que dijo un catedrático,de los grandes en su materia aunque poco actualizado: "¿Y para qué quiero yo esta maquinita de videojuegos?"
Y así vamos, la investigación y nosotros. Pero me parece que ilustra bien lo que quiero decir.

23 de enero de 2012

Le Corbusier y telecinco

Siempre he creído y defendido que la primera característica del ser humano es el ser social. Que necesita de otros para sobrevivir lo sabemos todos (gracias Aristóteles). Lo cierto es que esta necesidad de estar en sociedad aporta cierta seguridad (al menos ante la supervivencia) pero nos somete y nos reprime, nos sujeta y limita bajo coerción social. Aun así debiera darnos felicidad y plenitud.
Viendo la situación social y política actual, o económica, donde somos robados por quienes deben defendernos y representarnos, viendo el desencanto social tan generalizado (basta poner la televisión) recuerdo a Le Corbusier, cuando, al hablarnos del interés que tiene la sociedad para el individuo, expone la manera en que las empresas (entendido como unidad de organización) benefician al ser social. Y me encanta la manera en que nos recuerda, sin demasiada vuelta, la importancia que tiene la finalidad de esas acciones para los individuos, y en definitiva, para que exista equilibrio social, para que la sociedad cumpla el fín para el que está destinada. "La colaboración en empresas sociales acertadas, ennoblece. Pero si predominan la pereza, la necedad y el egoísmo, el grupo, presa de anomia y de desorden, sólo proporciona rivalidades, odio y desencanto."
Y después de leer el caso Nóos (entre otras numerosas muestras de corrupción, tan presentes en nuestra realidad social que ya ni sorprenden) la facilidad en la que se da muerte a gente de cualquier edad y circunstancia, lo poco que importa todo lo que debiera ser importante, lo curados de espanto que estamos, la televisión que vende y nuestra sumisión ante la privación de libertades (nuestras y en otros países) me queda claro que estamos en ese segundo lugar, desordenados y sumidos en la anomia, donde no sabemos, coercionados por las contradicciones constantes, qué está bien y qué está mal. O no nos importa demasiado.
Y siguen sin verse los documentales de la 2, porque aburren, pero los animales y sus rituales de apareamiento que nos muestra tele 5 son conocidos por todos, aunque no estén en peligro de extinción, como sí lo estamos los ciudadanos de a pié.

20 de enero de 2012

Indefensión ante el sistema educativo

El problema de hacer una carrera en España es el miedo al después, y el total desconocimiento previo de que enseñan esas carreras. No sólo ahora, que no hay trabajo y ya sabemos que hacer una carrera es retrasar el tiempo de incorporación en el mercado laboral. También años atrás.

Gran parte de culpa la tienen los propios institutos, que informan escasamente sobre las opciones educativas posteriores. Y es que la responsabilidad de informador recae en una persona particular, el profesor o el orientador. Pero estos no tienen por qué conocer el panorama total de opciones, y así tienden a difundirse aquellos estudios u opciones que se conocen, lo que limita el acceso a determinados estudios. Además algunos profesores y orientadores se consideran en el derecho de decidir qué aptitudes tienen los alumnos para desmotivarles incluso a seguir estudiando. Siguiendo la línea del tan criticado sistema alemán o americano, donde un test decide tus aptitudes. Criticamos ese sistema, pero aquí ese test es sustituido por una persona, que no siempre es imparcial, que no siempre conoce los recursos y opciones disponibles o las necesidades del mundo laboral, y que, si bien esto no es lo habitual, no siempre basa sus recomendaciones en buenas intenciones. Sí, he llegado a conocer profesores desanimando a alumnos muy capaces por pura enemistad, cuando debieran haberse centrado en sus propias capacidades pedagógicas. Una de las perversidades del poder, simplemente. Y  muestra del abandono institucional de los centros educativos, que se convierten en pequeños imperios aislados donde profesores y alumnos deben apañárselas como puedan.
Los foros educativos y ferias se limitan a promocionar la universidad en sí (ese supermercado educativo) pero no las disciplinas. Es fácil encontrar en estos stands a personas que hacen función de comercial más que de informador. Y hay gran diferencia entre informar y vender.

Hace pocos años hacer una carrera era la continuación del periodo educativo. Hoy también lo es. Para algunos era una gran etapa de aprendizaje de juegos de cartas. A Bolonia no le gustan las cartas, y eso en parte es una suerte para los alumnos. Poco apreciada, eso sí.

Para los que iban a clase (al menos de vez en cuando) los primeros años eran etapa del desconocimiento y el sentimiento de pérdida. Hoy sucede exactamente lo mismo. En primer curso de la mayoría de carreras no se sabe muy bien de qué trata la cosa. De ahí el gran nivel de abandono. Además, en las carreras más teóricas, el primer año es la sucesión de teorías explicadas por quienes las conocen muy bien, tan bien, tan bien, que omiten datos básicos de comprensión y se limitan a dar una interpretación personal cargada de equipaje ideológico. El resultado es que se pasa por la licenciatura (ahora grado) conociendo el nombre de los autores y poco más. Pero sin haberlos leído.

Curiosamente, ni siquiera recuerdo como obligatorio leer libros de esos autores, sino interpretaciones que supuestamente lo hacían más sencillo. O trozos, pedazos de las ideas del autor en cuestión. Manuales que hacían resúmenes, referencias a los autores, pero no los propios autores en sí. Dependiendo, además, del profesor o especialidad, se ahondaba en unas teorías u otras. Repetir una asignatura con un profesor/a diferente, era un mundo nuevo.

El resultado es el desconocimiento total de los supuestos pilares teóricos de esas materias. Lo que impide, a posteriori, analizar con independencia ideológica los discípulos y los autores contemporáneos. Hacer una carrera no supone sinónimo de conocimiento entonces. Se exigen cantidades ingentes de trabajos, probablemente muy en la línea investigadora del profesor/a de turno, pero que proporcionan escasa autonomía para enfrentarse a la materia. Se llena el tiempo de estudio cumpliendo una serie de tareas programadas, lo que desanima a indagar más sobre el acuñador de la teoría en sí.