13 de noviembre de 2012

El día que me olvido de mí

A veces a mí me pasa, no sé al resto de la gente...Se me olvida quién soy, qué quiero y por qué luche tanto. Olvido escuchar las canciones que me gustaban, los cantautores que no molan nada y que a mí me llenan de ganas de soñar olvido perder el tiempo (y ganarlo) con la película que siempre me hace sentir bien, por chorra que sea.
Esos días soy mi peor enemigo y mi amiga más mala, me desprecio y no me digo nada bonito. Me pongo quejas a todo. Como un niño consentido, como el profesor del colegio que me cogió manía y siempre me hacía sentir mal (maldita Fuencisla...) me pongo faltas por nada, y ni me gusta la comida que me hago, ni cómo me peino, ni cómo me queda la ropa que ayer me gustó tanto. Esos días hago dietas absurdas; no lo más sano ni lo más rico, sólo lo rápido, lo que me llena pronto el estómago para no darme cuenta de si tengo el corazón vacío.
Esos días procuro fastidiarme el resto de la semana, retraso o dejo de hacer lo importante, falto a las clases que yo escogí voluntariamente, trabajo a desgana y a ser posible, paso el resto del día haciendo algo que no me aporte nada, me fijo en los desplantes, o lo que veo que lo son, y lo anudo a mis más profundas inseguridades.
Ese día veo más maldades que las de costumbre. Las disimuladas, las escondidas, las capto. Y no es para nada bueno, sino solo para acrecentar el miedo a los otros.
A veces el día me resulta largo, agotador, eterno. Ese día todos los demás suben por encima, y los mantengo yo en alto, a solas, sobre el peso de mis hombros que llegan a doler, a combarse.
Esos días me siento vieja, pero no sabia. Cansada, pero sin haber hecho nada. Las palabras se me confunden y las ideas se me escapan.
Esos días no oigo más que ruido y pierdo dimensiones de mi propia personalidad. No razono los sentimientos, y los simplifico y reduzco a una especie de código binario, en el que todo es blanco o negro, bueno o malo.
Y ese día me duele más el alma, y no queiro escribir nada ni recordar mis cosas positivas. Esos días hago caso a los amigos de los malos consejos, a los que se quedan en la superficie más externa y lo reducen todo a una especie de negativismo congénito del que adolezco.
Esos días soy infinitamente asocial, pero infinitamente dependiente también. Esos días no entiendo a nadie, y nadie me entiende a mí.
Pero esos días también se pasan.


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